lunes, 26 de enero de 2009

DISCONTINUIDAD

A cinco grados bajo cero, nieve y hielo.

Tras la presentación de Dueto en el Espacio Tangente de Burgos, dentro de Escena Abierta, realizamos un agradable encuentro con el público que quedó atrapado en la red. Una mujer nos preguntó si durante el tiempo de correspondencia postal entre nosotras, no tuvimos miedo de que las cartas no llegaran a su destino correspondiente. Se sirvió de esta pregunta para reflexionar sobre la discontinuidad de sentido que presentan algunas cartas, ya que no se corresponden directamente y de cómo, sin embargo, esa discontinuidad le había permitido participar como lectora-espectadora creando su propio sentido.


Ixiar Rozas, escritora y “cómplice” de este proyecto, escribió en un texto sobre Dueto:

lo estroboscópico, la sugestión
Si los hilos de la malla se convirtieran en halos de luz, nuestra mirada se trasladaría de un lado a otro, en un movimiento estroboscópico. No hay tal efecto de luz en la pieza. Pero el imaginario que Idoia y Filipa han estado alimentando a través de sus cartas funciona de manera estroboscópica, es decir, con puntos de luz discontinuos generados por las líneas narrativas que aparecen y desaparecen en las cartas.

En algunos momentos el imaginario de Dueto recuerda al de Clarice Lispector, quien convirtió sus escritos en puro movimiento. Hélène Cixous describe así la escritura de la autora brasileña: “Clarice, abre: ventana: da por entero al mundo entero hablando, arco sin paredes, donde resuenan las quince mil lenguas en las que supo escuchar a los seres que le confiaban el secreto de su destino. Hay que permanecer durante unos instantes profundos como infancias, apoyada el borde del espacio, para comprender lo que cada cosa quiere decirnos vitalmente importante”. Lispector, maestra de la sugerencia y de los vericuetos de la palabra impredecible, logró lo que tantos escritores buscan: que los lectores intervengan directamente en la creación de significado. Ya advirtió Roland Barthes de que frente al lenguaje fijo y dogmático del texto cerrado, escribir se presenta como acto que puede superar el propio texto. El texto que no permite la entrada inteligente y activa de los lectores es dogmático; no lo es el texto sugerido, el que puede ser reescrito. La sugestión hace que lo fragmentario, que a veces corre el riesgo de caer en la arbitrariedad, se transforme en unidad, en verdadero sentido de las palabras.

El imaginario que Idoia Zabaleta y Filipa Francisco generan crece en manera proporcional a la capacidad de asociación, es decir, a la imaginación de las personas en escena. La red de palabras y movimiento que las creadoras construyen tiene poco que ver con el hipertexto virtual. Nos encontramos ante un imaginario desbordante con puntos de luz discontinuos, un juego de luces y sombras en el que nos adentramos sin necesidad de quedarnos en el umbral.
Ixiar Rozas
(el texto completo, Tejer palabras, se adjunta en la parte de comentarios )

Filipa algunas veces temía que las cartas no llegaran hasta Idoia y se perdieran en los confines del espacio-tiempo.

Idoia, durante un tiempo, se empeñó en que las cartas tuvieran una correspondencia directa en relación al orden cronológico. Abandonó esta tarea por imposible.

1 comentario:

  1. Horizontalidad que se rompe por el fado de Filipa, vertical
    Imagen movimiento
    Afectos
    Onda luminosa, interacción molecular

    ...El mito de Aracne me a hecho recordar un detalle que viene al caso. Se le convirtió en araña para castigarle, y al hacerlo se le dijo: tejerás los tapices más perfectos, pero siempre desaparecerán. Es precisamente el sino de la performance, no te parece?...
    Bicho, eres un bicho

    ¿Quién es ese al otro lado de ti?
    T.S. ELLIOT
    La tierra baldía

    Tejer palabras con retorno, lanzadas al hilo de la voz en una carta. Tejer palabras prófugas e intentar atraparlas con el cuerpo. Las palabras generan un movimiento circular en Dueto. Pasan de la mano a la carta que será enviada, de la carta a la boca cuando son leídas y de la boca a la mano en el acto de tejer mientras son narradas en escena. La dirección del movimiento circular sería: mano- (cuerpo- cabeza)- carta- (cuerpo- cabeza)- boca- mano.

    Podríamos preguntarnos quién teje la malla en Dueto, quién hace que el hilo rojo cubra el espacio escénico sobre las cabezas de las personas que presencian la pieza, como si fuera una tela de araña: las manos tejedoras de Idoia Zabaleta y Filipa Francisco o las palabras trenzadas en las cartas que las dos se han estado escribiendo durante meses como parte del proceso de creación de la pieza. Podríamos decir que ambas: manos, por tanto cuerpo, y palabras, también cuerpo, se imbrican hasta confundirse en escena. Manos y palabras se deslizan por los hilos de la malla horizontal y el público, sentado en sillas situadas en el escenario de manera calculada para ello, no puede evitar caer en la trampa.

    Sueño de Aracne
    Una breve mirada hacia atrás para adentrarnos en algunas representaciones relacionadas con la acción de tejer. La mitológica, El sueño de Aracne narrado en la Metamorfosis de Ovidio. La joven Aracne retó a la Diosa Atenea, inventora de la rueca, a tejer el tapiz más hermoso. Atenea respondió a la ofensa y convirtió a la joven en araña, condenándola a tejer eternamente. Mito clásico que, por ejemplo, Velázquez llevó al lienzo en las Las hilanderas. El tejer ha sido relacionado con la espera en películas como La lengua de las mariposas o Como agua para el chocolate. Tejen, pero a máquina, en algunas escenas de Maeterlinck y las cientos de mujeres asiáticas forzadas a trabajar sin levantar cabeza, escena que hemos visto en filmes y que aún hoy pertenece a la realidad cotidiana de muchos países. También en Tierra de Julio Médem el hilo, en este caso telefónico, es conductor de palabras secretas y tal vez sean secretas las conversaciones de las mujeres que remendan redes de pescadores en algunas localidades costeras.

    Filipa Francisco e Idoia Zabaleta tejen a mano, con el movimiento de sus cuerpos, con el hilo rojo de los rollos que sujetan a la altura del pecho cual arañas.

    El texto como tejido
    Además de ser una de las primeras metáforas de la escritura (texto, viene de texere, tejer), tejer es también sinónimo de fertilidad. Y como narra una de las cartas de Dueto para André Lepecki “crear una pieza sería lo más parecido a coser lentamente, coser lentamente y ver el diseño que sale de ese bordado”. Sin duda éstas cartas se han cocido a fuego lento, en la intimidad de la mano y del papel, en esa espera que pertenece ya a otro tiempo. Y las dos creadoras se han tomado también su tiempo para decidir los elementos que han querido situar en el bordado, que en este caso se convierte en su espacio escénico, y jugar con ellos.

    Las voces de Idoia y Filipa juegan a confundir al espectador continuamente: “De repente nos dábamos cuenta de tú no eras tú y yo no era yo. Habíamos intercambiado de cuerpo. Las personas te miraban como si fueses Idoia y a mí como si fuese Filipa”. Filipa lee en voz alta extractos de las cartas que Idoia le ha escrito. Idoia lee en voz alta extractos de las cartas que Filipa le ha escrito. Podrían haber leído sus propias cartas, imitando la voz que escribe, como una voz en off, pero el efecto no sería el mismo. Con la puesta en escena que han generado, tejer con hilo rojo mientras narran sus cartas, llega un momento que no sabemos quién está leyendo la carta de quién, de quién es la voz narradora, a quién pertenecen los sueños o el catálogo de piezas imaginarias que se despliega en escena. Y éste es el juego: confundir los límites, hacer que interior y exterior se desborden, “desbordar, desaparecer el borde”.

    Emisora y receptora se van emborronando mientras la malla que ellas tejen sobre nosotros se tensa. Con cada movimiento se va acotando el espacio (reticular) entre los hilos. De esta manera demarcan nuestra mirada hacia el exterior, y nuestro ángulo de visión se centra en seguir hipnóticamente sus movimientos en el espacio que se conforma entre las sillas y la malla-techo roja. Ya no hay interior y exterior, alguien se ha encargado de teñir de rojo las referencias espacio/ temporales que teníamos antes de sentarnos en una de las sillas. Hemos caído en la tela de palabras y movimientos.

    A veces las cartas se escriben sin saber si serán enviadas. Cuando se envían nunca se sabe si llegarán a su destinatario. Las cartas son preguntas lanzadas al aire que tal vez no tendrán respuesta, inician un diálogo abierto a lo imprevisible. Es lo que Idoia y Filipa han llevado a escena: un diálogo entre interior y exterior, a veces en forma de monólogos cruzados, que también nos lleva a preguntarnos “quién es ese/aquel al otro lado de ti”, una de las maneras de penetrar en nuestra percepción, en nuestros estratos de memoria e inconsciente. Cada vez que escuchamos o leemos una narración sugestiva, poética, se desencadena un proceso en el que tratamos de adaptar nuestra sensibilidad al mundo emotivo propuesto en el texto.

    Fagocitosis y alteridad
    “Anoche soñé que tenía tu cuerpo dentro del mío. Recortarte dentro de mí, recortarte alrededor de mí”. Comerte, devorarte. Podría ser una declaración de intenciones, también una declaración de amor. Dueto arranca en el umbral de una puerta. Una mano desconocida dibuja los contornos de un cuerpo sobre un papel blanco. Distinguimos el sonido del pincel en el bote de pintura. Las líneas negras avanzan por los bordes del cuerpo hasta cerrar el dibujo. Tras una breve silencio, un sonido leve. Algo está rozando el papel, sube y baja, sube y baja. Algo humedece el papel y lo atraviesa: una lengua y una boca intentan devorar el dibujo, agujerean el papel. Cuando Filipa termina su acción, el agujero del papel nos invita a cruzar el umbral de la puerta. El público se encuentra con las sillas en el escenario, dispuestas de manera aparentemente arbitraria. Idoia espera sentada y desnuda en una de las sillas. Pone su atención en la puerta, sin fijar la mirada. El sonido y la iluminación nos sumergen en una atmósfera sensual y sugestiva. Idoia parece una figura de cera, la luz empalidece su piel. Una vez que todas las personas ocupan su asiento, empieza a moverse. Saca aguja e hilo y, aprovechando una cavidad en su pierna, pasa el hilo por el orificio. Su movimiento se hace arácnido cuando se levanta de la silla y a medida que se aleja del público deviene más animal.

    Tras un silencio suspendido escuchamos la voz de Filipa que anuncia la primera carta: “querida Filipa”. A partir de este momento, el movimiento de las dos creadoras no sigue a las palabras o lo que éstas puedan sugerir: ellas ya son sus palabras, las palabras ya están en sus cuerpos. Podría decirse que se mueven dejando atrás el relato, lo han depositado en sus cuerpos. Y las palabras que llegan a ser cuerpo, que adquieren volumen, aumentan nuestra capacidad receptiva: no sólo son escuchadas, sino que se convierten en hápticas, podemos tocarlas. Nos encontraríamos, entonces, en un terreno de la percepción que permite a las creadoras inyectar sus palabras en los cuerpos de los espectadores. Así, cuando nos cuentan que han soñado que una estaba dentro de la otra o Filipa devora la silueta de Idoia al inicio de la pieza, no sólo se están comiendo a sí mismas y a todo lo escrito en sus cartas, sino que las personas presentes también se sienten un poco devoradas.

    “Tengo una extraña sensación, me olvido de mis cartas y pienso que las que yo te escribí son las que tú me escribiste”, explica Filipa en un momento de la pieza. Y en ese momento ya no tenemos dudas sobre la intimidad que ha generado esta relación epistolar.

    La complicidad e intensidad logradas a partir de la correspondencia entre creadores han dado lugar a obras en diversos formatos. A partir de la pregunta, ¿cuál puede ser nuestro próximo proyecto? John Berger pidió a John Cristie que le enviará un color y así empezó su relación epistolar que luego fue publicada bajo el título Te mando este rojo cadmio. Los cineastas Abbas Kiarostami y Victor Erice mantuvieron un diálogo creativo en forma de cartas filmadas y el resultado fue presentado en una exposición. También las creadoras brasileñas Ligya Clark y Hélio Oiticica alimentaron un intenso diálogo artístico- epistolar a lo largo de sus carreras.

    Las cartas que se han escrito Filipa e Idoia tienen una vocación transgresora. Permiten que interior y exterior se desborden, en parte por la explicación de los sueños y de las piezas imaginarias, y cuando las cartas son escenificadas hacen que nos preguntemos si fagocitarse, comerse mutuamente, en un sentido metafórico y carnal, no será la mejor manera de atravesar los límites entre el yo y el otro al que deseamos llegar.

    lo estroboscópico, la sugestión
    Si los hilos de la malla se convirtieran en halos de luz, nuestra mirada se trasladaría de un lado a otro, en un movimiento estroboscópico. No hay tal efecto de luz en la pieza. Pero el imaginario que Idoia y Filipa han estado alimentando a través de sus cartas funciona de manera estroboscópica, es decir, con puntos de luz discontinuos generados por las líneas narrativas que aparecen y desaparecen en las cartas.

    En algunos momentos el imaginario de Dueto recuerda al de Clarice Lispector, quien convirtió sus escritos en puro movimiento. Hélène Cixous describe así la escritura de la autora brasileña: “Clarice, abre: ventana: da por entero al mundo entero hablando, arco sin paredes, donde resuenan las quince mil lenguas en las que supo escuchar a los seres que le confiaban el secreto de su destino. Hay que permanecer durante unos instantes profundos como infancias, apoyada el borde del espacio, para comprender lo que cada cosa quiere decirnos vitalmente importante”. Lispector, maestra de la sugerencia y de los vericuetos de la palabra impredecible, logró lo que tantos escritores buscan: que los lectores intervengan directamente en la creación de significado. Ya advirtió Roland Barthes de que frente al lenguaje fijo y dogmático del texto cerrado, escribir se presenta como acto que puede superar el propio texto. El texto que no permite la entrada inteligente y activa de los lectores es dogmático; no lo es el texto sugerido, el que puede ser reescrito. La sugestión hace que lo fragmentario, que a veces corre el riesgo de caer en la arbitrariedad, se transforme en unidad, en verdadero sentido de las palabras.

    El imaginario que Idoia Zabaleta y Filipa Francisco generan crece en manera proporcional a la capacidad de asociación, es decir, a la imaginación de las personas en escena. La red de palabras y movimiento que las creadoras construyen tiene poco que ver con el hipertexto virtual. Nos encontramos ante un imaginario desbordante con puntos de luz discontinuos, un juego de luces y sombras en el que nos adentramos sin necesidad de quedarnos en el umbral.

    En el juego de tensiones que propone Dueto se han imbricado cuerpos, cartas, texto, hilo, tejido, interior- exterior, sugestión. Hacia el final de la pieza las palabras de Filipa “bicho, eres un bicho” podrían sonar como un maleficio, pero en realidad, en ese momento, tienta tumbarse sobre el montón de hilos rojos formado con las mallas tejidas en todas las escenificaciones de la pieza y al que las creadoras llaman “el animal”. Tumbarse sobre el mullido animal y quedarse así, un largo rato, contemplando la constelación de palabras y movimiento que se ha desplegado sobre nosotros.


    Ixiar Rozas

    Ixiar Rozas es escritora, dramaturga y directora artística de los encuentros Periferiak. Publica narrativa, poesía, teatro, artículos y realiza la serie de documentales Humano caracol. Participa en el proceso de creación de la pieza escénica y la publicación del libro 4 itinerarios y otras fotos. Su proyecto más reciente es la colaboración con las coreógrafas Idoia Zabaleta y Filipa Francisco en Bicho, eres un bicho.

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